En Rio da Cascas, el ultimo pueblo antes del santuario el camión se detuvo. “Son mi familia, ellos viven el día a día”, contó Scott. Y añadió: “Algunos de los que trabajan con nosotros viven aquí, cómo no me voy a detener y presentar a cada elefante”.
Los pobladores sacaban las sillas y se disponían a ver pasar la décima elefanta en llegar al santuario, pero la primera africana. Es que las elefantas africanas y las asiáticas son muy diferentes y no conviven entre ellas. “Recién están empezando con las africanas”, dijo Dolores Medina, a cargo de la organización del equipo del Ecoparque. “Es nuestra responsabilidad hacer esto”, agregó Flor, una de sus cuidadoras. “Nosotras los trajimos por ignorancia, para nuestra diversión. Hoy que sabemos el sufrimiento que eso implica, nos toca reparar. Cuando la gente pregunta por qué aquí, por qué un santuario en América del Sur, la respuesta es esa... para devolverles algo de su vida”, completó.
“Esto es un hito histórico para el Ecoparque. Es la última elefanta y nunca más va a haber un elefante allí”, señaló Ramiro Reyno, su director, que acompañó a todo el equipo hasta el santuario.
Finalmente, llegó el momento de bajar la caja de Pupy. Todo sucedió como estaba previsto. La emoción era enorme, mientras la grúa bajaba la estructura y la apoyaba suavemente en la tierra colorada, en el espacio preparado y acondicionado para que ella se sintiera contenida y saliera sin miedo.